«No, nada de nada, no, no lamento nada» es un verso de la celebérrima canción interpretada por Édith Piaf y titulada Non, je ne regrette rien («No, no me arrepiento de nada»). Michel Vaucaire escribió la letra. La música es de Charles Dumont. La canción la grabó Piaf en 1960. Se puede escuchar aquí.
Es difícil que pase un solo día sin que en la prensa alguien repita el título de la canción de Piaf. Sobre todo los políticos y las estrellas de cualquier ámbito no lamentan nunca nada. Arrepentirse de algo parece una debilidad de seres humanos desgraciados y miserables. En el momento de escribir estas líneas tengo a mano una declaración de Marianne Faithfull: «No me arrepiento de nada de lo que hice en el pasado. Los remordimientos siempre están ahí, pero creo que el arrepentimiento es un sentimiento bastante estúpido». Marianne Faithfull, fallecida el pasado jueves, era conocida como musa de los Rolling Stones y quedó muy pronto rota por el consumo de drogas.
Un sabio relativamente moderno y no precisamente conocido por su amor a la Iglesia, José Ortega y Gasset, defiende un punto de vista diametralmente opuesto: «Porque el hombre es una entidad histórica y toda realidad histórica —por tanto, no definitiva— es, por lo pronto, un error. Adquirir conciencia histórica de sí mismo y aprender a verse como un error, son una misma cosa. Y como eso —ser siempre, por lo pronto y relativamente, un error— es la verdad del hombre, solo la conciencia histórica puede ponerle en su verdad y salvarle». La cita se puede consultar aquí.
Es sorprendente también que Juan José Millás, un escritor que se declara agnóstico, pero con un poso de formación claramente cristiano, publicara el pasado viernes: «Nadie quiere morirse con las cuentas pendientes. […]. Algunos viejos se resisten a morir porque les remuerden las deudas […]. A veces, ha de acercarse un hijo o una hija al moribundo para asegurarle al oído que todo está bien y que puede plegar las velas».
Lotrives piensa que los políticos en ejercicio, mensualmente, deberían redactar un folio en el que expusieran cuáles han sido sus errores, de pensamiento, palabra, obra y omisión, y lo publicaran. Ellos aprenderían mucho y el bien común se vería inusitadamente enriquecido. Quienes no tuvieran nada de qué arrepentirse tendrían que presentar inmediatamente la dimisión.
La persona alcanza la paz que insinúa Millás en la medida en que se duele de sus faltas, repara el mal que haya causado y pide perdón. Eso no tiene nada que ver ni con la amargura ni con la carencia de ilusiones. Al contrario, potencia la capacidad de aceptarse, de amar y de seguir construyendo.
«Arrepentíos y creed en el Evangelio» (Mc 1:15). ¿Es casualidad que el Mesías, el Salvador del mundo, comenzara así su predicación?